El Santo Padre afirma que "en distintas partes del mundo existen tensiones y guerras y también donde no se vive la tragedia de la guerra se han extendido sentimientos de miedo y de inseguridad. Además, fenómenos como el terrorismo a escala mundial hacen frágil el límite entre la paz y la guerra, perjudicando seriamente la esperanza del futuro de la humanidad".
"¿Cómo responder a estos desafíos? -pregunta el Papa- ¿Cómo reconocer los "signos de los tiempos"? Es claramente necesaria una acción común en el plano político, económico y jurídico, pero antes que nada, es necesaria una reflexión compartida en el plano moral y espiritual: es cada vez más urgente promover un "nuevo humanismo".
Benedicto XVI subraya que "el desarrollo no se puede reducir a un simple crecimiento económico; debe comprender la dimensión moral y espiritual; un auténtico humanismo integral debe ser al mismo tiempo solidario".
Tras poner de relieve que "no es concebible una paz auténtica y estable sin el desarrollo de cada persona y pueblo", el Papa escribe que "es impensable una reducción del armamento si antes no se elimina la violencia en su raíz, es decir, si el ser humano no se orienta decididamente a la búsqueda de la paz, de lo bueno y de lo justo".
"Mientras exista el riesgo de una ofensa -continúa-, el armamento de los Estados será necesario por razones de legítima defensa. (...) Sin embargo, no es lícito cualquier nivel de armamento. (...) Se emplean enormes recursos materiales y humanos para gastos militares y para armamento, en vez de destinarlos a proyectos de desarrollo de los pueblos, especialmente de los más pobres y necesitados de ayuda".
En este contexto, el Santo Padre hace un llamamiento para que "los Estados reduzcan el gasto militar para armas y consideren seriamente la idea de crear un fondo mundial para destinar a proyectos de desarrollo pacífico de los pueblos".
Benedicto XVI afirma que hay que hacer lo posible "para que la economía se oriente al servicio de la persona humana, a la solidaridad y no solo al provecho. Desde el punto de vista jurídico, los Estados están llamados a renovar su compromiso, en particular para el respeto de los tratados internacionales vigentes en el desarme y el control de todos los tipos de armas, así como para la ratificación y la consiguiente entrada en vigor de los instrumentos ya adoptados, como el Tratado sobre la prohibición general de los experimentos nucleares. (...) Finalmente se exige un esfuerzo contra la proliferación de las armas ligeras y de pequeño calibre".
"Sin embargo -asegura-, será difícil encontrar una solución a las diversas cuestiones de naturaleza técnica sin una conversión del ser humano al bien en el plano cultural, moral y espiritual".
El Papa recuerda que "es cada vez más necesaria que se difunda la cultura de la paz y que se eduque a la paz, sobre todo a las nuevas generaciones. (...) El derecho humano a la paz es un derecho fundamental e inalienable, del que depende el ejercicio de todos los demás derechos".
A pesar de que en las circunstancias actuales en que vive la humanidad se podría admitir, escribe, "un justificado desconsuelo y resignación", el Santo Padre señala que "la guerra nunca es inevitable y la paz es siempre posible. ¡Más aún, es un deber! Ha llegado por tanto el momento de cambiar el curso de la historia, de recuperar la confianza, de cultivar el diálogo, de alimentar la solidaridad".
"El futuro de la humanidad depende del compromiso de todos. Solo si se persigue un humanismo integral y solidario, en cuyo contexto asume una naturaleza ética y espiritual el tema del desarme, la humanidad podrá caminar hacia la deseada paz auténtica y estable".
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