ISBN: 978-84-96840-23-2
Precio: 19,50 €
Páginas: 230
En la Francia republicana y hasta masónica, las instituciones reciben a los descendientes de las dinastías Borbón, Orleáns y Bonaparte. En Inglaterra se recuerda con monumentos a los rebeldes escoceses. En la Rusia nacida del desplome de la Unión Soviética se honra a los últimos Romanov sacrificados por Lenin. Por el contrario, en España el rencor de muchos hijos de franquistas no perdona a los jefes de sus padres ni a las víctimas de sus propios correligionarios de los años 30 y 40. Este desprecio por los mayores y por los héroes pasados es más propio de un país musulmán que de uno europeo. Si al menos supiéramos que se trata de una tara que afecta a una sola generación podríamos consolarnos esperando que estos desagradecidos pasaran como un dolor de muelas. Sin embargo, cabe pensar que los vicios del desagradecimiento y la envidia son consustanciales a los españoles, al menos desde el siglo XIX.
Personalidades como Juan de Austria, Santiago de Liniers –que expulsó a los invasores ingleses del Río de la Plata–, el Empecinado, Bernardino de Mendoza –embajador de Felipe II en la corte de Isabel I– o Álvaro de Bazán en otros países se propondrían como modelos a los niños y los jóvenes y protagonizarían películas. Aquí son casi desconocidos. Sólo surgen del olvido si tienen la suerte de que se produzca un aniversario o de que un escritor los recupere. Esto último le está ocurriendo al almirante Blas de Lezo. Después de la novela del colombiano Pablo Victoria ‘El día que España derrotó a Inglaterra’, la editorial Áltera ha publicado una biografía del almirante vasco escrita por el catedrático de instituto José Manuel Rodríguez.
¿Es exagerado el título de ‘El vasco que salvó al Imperio español’? A la vista de los planes de la oligarquía de comerciantes anticatólicos de Londres no lo es. La enorme expedición mandada por el almirante Vernon –el Reino Unido no puso tantos barcos y soldados sobre las aguas hasta la operación Overlord, en 1944– tenía por objetivo apoderarse del puerto de Cartagena de Indias y usarlo como cabeza de puente para dominar desde Panamá hasta las costas de lo que hoy es Venezuela. De no haber estado Blas de Lezo en las Indias, seguramente los invasores habrían conseguido su meta. El virrey Eslava, partidario de entregar la plaza a los ingleses, usó el último barco útil de que disponía después de la retirada de los ingleses para mandar a Madrid un mensaje difamatorio de De Lezo. Semejante mancha en su honor fue demasiado para el valeroso marino: sus heridas y la pena lo mataron. Años más tarde, su hijo logró que se le rehabilitase.
En sus años en la enseñanza pública, el autor ha sabido captar la atención de cientos de alumnos en sus clases de historia. Esa maestría la ha trasladado a este libro: fácil de leer, rebosante de datos y curiosidades… Por ejemplo: mientras en la escuadra inglesa los motines eran muy frecuentes, en la española apenas hubo. Los motivos: un trato más humano por parte de la España negra e inquisitorial y, además, el servicio de vino a las tripulaciones en vez del ron, mucho más fuerte, que se daba a los marineros británicos.
¿Habrá algún productor que emplee ‘El vasco que salvó al Imperio español’ como guión para un documental?
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