POR MERCEDES DE LA FUENTE
Hacía falta valor en la España de 1872 para recorrer solo y andando casi cuatrocientos kilómetros en un país recién salido de la Revolución del 68 y sacudido por la III Guerra Carlista, máxime siendo una mujer de quince años, pero el arrojo fue consustancial a la voluntaria carlista Francisca Guarch, castellonense de Castellfort nacida en 1857.
De modesta familia de tejedores y deslumbrada por los relatos de su padre, un tarde salió del Rosario y marchó hacia Benasal sin avisar a nadie, con lo puesto y decidida a imitar a su hermano mayor sumándose a alguna de las partidas voluntarias que defendían la causa carlista.
Temiendo ser reconocida en el Maestrazgo, marcha a Cataluña y alterna las jornadas agotadoras con ocasionales trabajos a cambio de comida hasta encontrarse con un matrimonio también tradicionalista que le cambia sus sayas femeninas por pantalón de pana, blusón y gorra. Un corte de pelo y Francisca se transformó en Francisco, un imberbe pero «fornido y bien dispuesto muchacho» que llegó a Gerona y logró el fusil y la ansiada boina encarnada que harían de ella una heroína.
Estampido de cañones, noches al raso, olor a sangre y pólvora llegaron a la vida del «bizarro Francisco», capaz de cargar kilómetros con un camarada herido, ejecutar a un traidor o granjearse la admiración de voluntarios y jefes de partida por su valor: «Este muchacho es un león», diría su capitán mientras el Infante Alfonso le otorgaba la cruz del mérito militar que muestra hoy la foto exhibida en los museos del Ejército de Madrid y Valencia.
Las agallas de «lo valensianet» luchando admiraban tanto como su gracejo con las jóvenes allí donde recalaba la partida. Así vivió un delirante enredo fingiendo ser el marido de una recién casada y llegó a prometerse con una pubilla llamada Carmen, a quien colmaba de requiebros y por quien tuvo una disputa «entre hombres» que llevó a Francisco/a varios días a la cárcel.
La aventura acaba cuando su padre, que la busca sin tregua en una odisea paralela, la encuentra finalmente en Mieras. La noticia de una mujer disfrazada de hombre entre las filas carlistas se convierte en leyenda y, tras vivir un tiempo en Francia por seguridad, trabajando de criada en una familia carlista, al volver a Castellfort es ya una heroína. Aún protagonizaría otras hazañas vitales esta atípica mujer que acabó sus días convertida en fervorosa monja de la Caridad hasta su muerte en 1903.
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