Cambio de dominio.
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Gracias, señores, por las protestas de abnegación y de fidelidad contenidas en vuestro mensaje, y especialmente por las palabras de pésame dictadas por la muerte de mi amado padre.
Ya sabía yo que las más duras pruebas no habían podido disminuir vuestra fe ni quebrantar vuestra entereza.
Felicito a los legitimistas franceses que han elegido como intérprete al nieto de uno de los más gloriosos jefes de las memorables guerras de la Vendée, al liustre realista que merecío, por sus servicios personales, el honor de llevar la bandera blanca, en las exequias de mi venerada tía, la señora condesa de Chambord.
No quiero desperdiciar la ocasión que se me ofrece de explicar mis ideas sobre la importante cuestion de que acabais de hablarme.
Soy un desterrado.
En los derechos que me da mi nacimiento pláceme ver únicamente otros tantos deberes que cumplir.
Sin duda alguna, la ley sálica establece con toda exactitud el orden de sucesíon.
Soy el primogénito de los Borbones, el primogénito de los descendientes de Luis XIV.
Así como soy también el primogénito de los descendientes de Felipe V y, por tanto, Rey legítimo de España, según la ley española.
Un tratado cuyos artículos se han roto en su mayor parte, prohíbe la reunión de ambas coronas en una sola cabeza.
Antes de ahora he dicho que nunca abandonaría a España, y hoy lo repito. Estoy ligado a sus destinos por los torrentes de sangre generosa que he visto derramar en mi defensa. Lo juro una vez más: nunca la abandonaré.
Pero investido por la muerte de mi padre amadísimo de la jefatura de la Casa de Borbón, me incumbe el deber de reservar todos los derechos pertenecientes a mi familia.
Confiemos en Dios, fuente de todo derecho y de toda autoridad, y abandonémonos a su Providencia que guía los acontecimientos.
Imitando a mi tío, el señor conde de Chambord, cuya muerte fue terrible desgracia para Europa, y especialmente para Francia, no transijamos nunca con la Revolución, azote de la Iglesia y ruina de los Estados.
Y guardemos intacto el depósito de los únicos principios capaces de salvar a la raza latina, haciéndola volver a sus tradiciones monárquicas y cristianas.
Venecia, 14 de diciembre de 1887.
(Nota del editor: A la muerte de D. Juan recayó en Carlos VII la sucesión agnada francesa)
VER MÁS TEXTOS DEL TRADICIONALISMO
Ya sabía yo que las más duras pruebas no habían podido disminuir vuestra fe ni quebrantar vuestra entereza.
Felicito a los legitimistas franceses que han elegido como intérprete al nieto de uno de los más gloriosos jefes de las memorables guerras de la Vendée, al liustre realista que merecío, por sus servicios personales, el honor de llevar la bandera blanca, en las exequias de mi venerada tía, la señora condesa de Chambord.
No quiero desperdiciar la ocasión que se me ofrece de explicar mis ideas sobre la importante cuestion de que acabais de hablarme.
Soy un desterrado.
En los derechos que me da mi nacimiento pláceme ver únicamente otros tantos deberes que cumplir.
Sin duda alguna, la ley sálica establece con toda exactitud el orden de sucesíon.
Soy el primogénito de los Borbones, el primogénito de los descendientes de Luis XIV.
Así como soy también el primogénito de los descendientes de Felipe V y, por tanto, Rey legítimo de España, según la ley española.
Un tratado cuyos artículos se han roto en su mayor parte, prohíbe la reunión de ambas coronas en una sola cabeza.
Antes de ahora he dicho que nunca abandonaría a España, y hoy lo repito. Estoy ligado a sus destinos por los torrentes de sangre generosa que he visto derramar en mi defensa. Lo juro una vez más: nunca la abandonaré.
Pero investido por la muerte de mi padre amadísimo de la jefatura de la Casa de Borbón, me incumbe el deber de reservar todos los derechos pertenecientes a mi familia.
Confiemos en Dios, fuente de todo derecho y de toda autoridad, y abandonémonos a su Providencia que guía los acontecimientos.
Imitando a mi tío, el señor conde de Chambord, cuya muerte fue terrible desgracia para Europa, y especialmente para Francia, no transijamos nunca con la Revolución, azote de la Iglesia y ruina de los Estados.
Y guardemos intacto el depósito de los únicos principios capaces de salvar a la raza latina, haciéndola volver a sus tradiciones monárquicas y cristianas.
Venecia, 14 de diciembre de 1887.
(Nota del editor: A la muerte de D. Juan recayó en Carlos VII la sucesión agnada francesa)
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