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Uno de los monarcas más populares de España, y que más entusiasmo ha suscitado, fue don Carlos VII de Borbón y Austria de Este. Ahora conmemoramos los cien años de su fallecimiento aquel 18-VII-1909. En Navarra esta conmemoración tiene una importancia singular.
Carlos VII fue presentado por Navarro Villoslada como “El hombre que se necesita”, y “La solución española en el rey y en la ley”. Aparisi y Guijarro se refería a él como “El Rey de España”, y Pagés y Beltrán como “Carlos VII, el Restaurador”. Eran tiempos de Revolución, cuando en 1868 se expulsó del trono a doña Isabel, hija de Fernando VII.
El agradecimiento del bien nacido completa la memoria de personas, familias y pueblos, sobre uno de los reyes de España más respetados, queridos y vinculados a Navarra, que instaló su Corte en Estella, la bella ciudad del Ega, y cuyo retrato ha presidido millares de hogares navarros durante generaciones.
Muchos intelectuales católicos que habían militado en el partido conservador isabelino, sobre todo los llamados neocatólicos, se pasaron en bloque a las filas carlistas ya antes de 1868. Así se sumaron al pueblo tradicionalista –formado por familias sencillas o ilustres- que veía en don Carlos VII al rey legítimo de España, legítimo de origen y –lo que a la larga es más importante- de ejercicio, y para quien llevarlo a la Corte de Madrid era una urgente necesidad. Pueblo y dinastía mantuvieron con lealtad y sacrificio su pacto en servicio de la Religión y España, de los Fueros y la legitimidad, al servicio de la vida real y no de una ideología.
Don Carlos VII nació en el destierro el día 30 de marzo de 1848, gobernó España respetando su diversidad de pueblos de 1872 a 1876, defendió la Religión católica, juró los Fueros, y recibió hasta su muerte la fidelidad de millones de españoles a quienes gobernó desde el exilio, falleciendo en Varese (Italia) el 18 de julio de 1909. Está enterrado en Trieste. Su esposa la reina doña Margarita fue llamada “ángel de la caridad”.
Don Carlos escribió mucho y con una elevada proyección política. Su testamento político es una joya de alto calado institucional y humano, y muestra un profundo conocimiento de España, de los españoles y sus necesidades.
No sólo fue aclamado en la periferia del solar hispano (el Reino de Navarra, Guipúzcoa, Álava, el Señorío de Vizcaya, el Principado de Cataluña y el viejo Reino de Valencia), sino que sus leales se extendieron por toda España. Si en 1833 Carlos V fue proclamado en la localidad toledana de Talavera de la Reina hace 176 años, en 1869 Carlos VII lo será en tierras centrales de La Mancha con la secular bandera de Dios, Patria y Rey.
No fue rey de los carlistas, sino rey de las Españas, diversa en su unidad constitutiva y una en su diversidad foral. España no podía ser ni centralista ni separatista. Recibió los derechos de Enrique V de Francia, conde de Chambord. Influyó en la política española, y tuvo una gran proyección en Europa e Hispanoamérica. Su egregia figura sobrepasa con creces la tercera guerra carlista (1872-1876), llena de entrega y heroísmo. Tras 1876, superado el inicial y necesario retraimiento electoral, los carlistas de Navarra se presentaron a las elecciones municipales, forales y a las Cortes obteniendo unos rotundos y brillantes resultados electorales. El Carlismo no era un temor sino una esperanza, y sus leales no eran un partido político más, sino una comunión de vida y pensamiento, de lealtades e ideales que constituían la esencia de España. Por eso los liberales han querido reducir al Carlismo a los conflictos bélicos, quizás para desviar la atención de los pronunciamientos militares, golpes de Estado, dejaciones y revoluciones… realizado todo ello por el liberalismo.
En 1888 el Carlismo sufrió la penosa escisión integrista, y en 1889 celebró el XIII centenario del III Concilio de Toledo, proclamándose la unidad católica de España. Con don Carlos, el hombre que se necesita, hubo un reverdecer de políticos, periódicos, círculos, y vida civil carlistas.
Malas lenguas dicen que don Carlos no cumplió el “¡Volveré!” prometido a su marcha por Danchariena una vez finalizada la guerra en 1876. Sin embargo, digamos que sí volvió en la vida civil y política posterior. Volvió en su hijo Jaime III, y en Alfonso Carlos I, hermano de don Carlos. También volvió cuando el liberalismo dio sus últimos frutos, esta vez animando el alma de los Tercios de voluntarios requetés levantados en Cruzada contra la República revolucionaria, aunque sea común entre los historiadores decir que los carlistas ganaron la guerra y perdieron en la paz. En 1986 los verdaderos carlistas de España se unieron en una organización política, y una de sus actividades ha sido presentarse en las contiendas electorales.
Don Carlos VII aunó la doble legitimidad de origen y de ejercicio, los derechos dinásticos y el Ideario y buen gobierno políticos. Con él, la Dinastía cumplió la tarea histórica de dar unidad y dirección al tradicionalismo político español, que sobrepasa el llamado “tradicionalismo cultural”. Hizo posible que los tradicionalistas españoles pudiesen seguir siendo españoles en la integridad de las doctrinas y en la pasión de los sentimientos. ¡Qué actualidad tiene decir: “Si el país es pobre, vivan pobremente el Rey y sus ministros”! ¡Qué actualidad tienen los ideales y la prudencia política de rey don Carlos!
Agradecidos y con admiración hacia tan egregia figura, he aquí nuestro más grato recuerdo.
Pamplona, Julio de 2009.
José Fermín Garralda Arizcun
Pte. de la Comunión Tradicionalista Carlista de Navarra
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