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Hace cien años, el carlismo se dio un baño de masas para conmemorar por todo lo alto el acto de la jura de los fueros por parte de Carlos VII el 3 de julio de 1875.
El 3 de julio de 1875, don Carlos de Borbón y Austria de Este, proclamado por sus seguidores como Rey de las Españas, acudió a Gernika para jurar de forma solemne los fueros de Vizcaya. La fórmula utilizada por el jefe carlista fue la siguiente: «Juro por Dios y esta Santa Hostia consagrada guardar y hacer guardar, observar, cumplir y ejecutar inviolablemente los fueros, libertades, franquezas, exenciones, prerrogativas, buenos usos y costumbres que ha tenido y tiene este Muy Noble y Muy Leal Señorío de Vizcaya». Con ese acto se sellaba el compromiso de los carlistas por la defensa de los fueros vascongados.
Si en algún momento habían surgido dudas en cuanto a la reivindicación de la foralidad, tanto por parte de don Carlos como de sus seguidores, aquella solemne ceremonia celebrada bajo el roble de Gernika los disipaba de golpe. Todo quedaba claro. El lema «Dios, Patria, Rey y Fueros», con el que los carlistas habían arrancado la guerra en 1872, era cierto. Sin embargo, ocho meses después, el 27 de febrero de 1876, Carlos VII, derrotado, cruzó la frontera y abandonó España. Se cuenta que, al hacerlo, se dio la vuelta y exclamó: «¡Volveré!». No regresó jamás. Lo único que quedó claro con su marcha fue que para los carlistas se habían terminado las aventuras militares.
No obstante, y a pesar de la derrota, el movimiento no desapareció. Se transformó en una opción política más.
Disparos de revólver
El 3 de julio de 1909, la Juventud Carlista de Bilbao organizó una multitudinaria fiesta en Gernika para conmemorar aquel otro 3 de julio de 1875, «fecha en la que don Carlos de Borbón -señaló 'El Noticiero Bilbaíno'-, prestó juramento bajo el Árbol Santo de conservar, guardar y ejecutar inviolablemente los fueros». El éxito de la convocatoria pudo comprobarse desde primeras horas de la mañana.
De la estación de Atxuri salieron trenes -a las 6.30, a las 6.55, a las 8.15, a las 9.10 y a las 11.00- llenos de correligionarios carlistas tanto de Bilbao como de todos los pueblos de la provincia. El espectáculo fue de lo más colorido ya que cada colectividad portaba sus estandartes y banderas.
Sin embargo, a pesar de la expectación y de la enorme alegría que imperaba en todos los que acudieron al acto, hubo algún que otro susto. Precisamente en el tren en el que iban los integrantes de la Juventud Carlista de Bilbao, los señores Bordás y Salaverry y los concejales de la minoría carlista del Ayuntamiento de la villa.
El convoy se detuvo entre Lemona y Amorebieta debido a que alguien realizó disparos de revólver. La inquietud, que se adueñó de todos los viajeros, se transformó en pánico cuando se percataron de que el vagón-salón estaba ardiendo. Por fortuna, el motivo del humo no fue otro que un recalentamiento de los ejes. Una vez recobrada la calma, el tren prosiguió su camino. Al pasar por las distintas estaciones del recorrido se agregaron numerosas comisiones de los pueblos, «en casi todos los cuales fueron saludados los excursionistas por representaciones del partido, se dieron vivas y se dispararon chupinazos».
Si el ambiente festivo había sido predominante durante el viaje, la llegada a Gernika desbordó todas las previsiones. Según los reporteros destacados a la villa foral, a las diez y cuarto de la mañana, el gentío que se había congregado allí era imponente. «Muchos balcones se hallaban engalanados con tapices y colgaduras de los colores nacionales». El primer acto, una misa al aire libre, se celebró en la Plaza de la Unión. A continuación se jugó en el frontón un partido a 20 tantos entre Fernández de Elgoibar y Campitos de Azpeitia. Ganó el primero por una diferencia de seis.
Posteriormente tuvo lugar una curiosa carrera de bicicletas en la carretera de Forua, «que terminó con lucida carrera de cintas, regaladas por distinguidas señoritas bilbaínas y de otras localidades». Tras las pruebas deportivas, los congregados disfrutaron de los conciertos ofrecidos por la banda de música local, la rondalla de la Juventud Carlista de Bilbao y el orfeón de Durango. A la una de la tarde se dieron por concluidos los festejos. Quedaba claro que la intención de los carlistas era la de recordar el solemne acto de 1875 a través de iniciativas populares y de gran atractivo para la gente. No era tan sólo una fiesta de contenido puramente político, aunque sí hubo discursos y proclamaciones de rigor, que tuvieron lugar tras la comida que las autoridades celebraron en el Teatro Circo.
Esteban Bilbao
Durante el acto político de la tarde se pudo comprobar que la idea principal que los oradores lanzaron a la concurrencia fue la de que el carlismo no estaba acabado. Todo lo contrario. A la altura de 1909, y frente a otras opciones políticas como el nacionalismo o el socialismo, los carlistas se sentían, no sólo como una alternativa con grandes posibilidades, sino como un bloque unido sin fisuras de ningún tipo.
En esta línea, el concejal bilbaíno Esteban Bilbao afirmó que «si había sido cadáver el partido carlista, quedaba demostrado que tenía la facultad de resucitar ante el fuego de sus ideales». También el señor Salaverry señaló que frente a la idea de los liberales, que daban al carlismo por muerto, él presentaba el acto que se celebraba allí mismo. Además calificó de «fecha gloriosísima la que se celebraba, pues en ella se demostró que los carlistas ponen á su patria antes que al rey y obligan á éste a jurar ante Dios el respeto a sus instituciones». No faltaron tampoco palabras en contra de los nacionalistas, a los que acusaron de propagar ideas falsas.
La anécdota de la jornada sucedió en pleno discurso de Esteban Bilbao. Justo en el momento en que el orador hizo referencia al «fuego santo de la idea carlista», las campanas de las iglesias tocaron a fuego porque se incendiaba una chimenea. Afortunadamente, la cosa no fue a mayores.
Fuente: El Correo Digital 5/07/2009
El 3 de julio de 1875, don Carlos de Borbón y Austria de Este, proclamado por sus seguidores como Rey de las Españas, acudió a Gernika para jurar de forma solemne los fueros de Vizcaya. La fórmula utilizada por el jefe carlista fue la siguiente: «Juro por Dios y esta Santa Hostia consagrada guardar y hacer guardar, observar, cumplir y ejecutar inviolablemente los fueros, libertades, franquezas, exenciones, prerrogativas, buenos usos y costumbres que ha tenido y tiene este Muy Noble y Muy Leal Señorío de Vizcaya». Con ese acto se sellaba el compromiso de los carlistas por la defensa de los fueros vascongados.
Si en algún momento habían surgido dudas en cuanto a la reivindicación de la foralidad, tanto por parte de don Carlos como de sus seguidores, aquella solemne ceremonia celebrada bajo el roble de Gernika los disipaba de golpe. Todo quedaba claro. El lema «Dios, Patria, Rey y Fueros», con el que los carlistas habían arrancado la guerra en 1872, era cierto. Sin embargo, ocho meses después, el 27 de febrero de 1876, Carlos VII, derrotado, cruzó la frontera y abandonó España. Se cuenta que, al hacerlo, se dio la vuelta y exclamó: «¡Volveré!». No regresó jamás. Lo único que quedó claro con su marcha fue que para los carlistas se habían terminado las aventuras militares.
No obstante, y a pesar de la derrota, el movimiento no desapareció. Se transformó en una opción política más.
Disparos de revólver
El 3 de julio de 1909, la Juventud Carlista de Bilbao organizó una multitudinaria fiesta en Gernika para conmemorar aquel otro 3 de julio de 1875, «fecha en la que don Carlos de Borbón -señaló 'El Noticiero Bilbaíno'-, prestó juramento bajo el Árbol Santo de conservar, guardar y ejecutar inviolablemente los fueros». El éxito de la convocatoria pudo comprobarse desde primeras horas de la mañana.
De la estación de Atxuri salieron trenes -a las 6.30, a las 6.55, a las 8.15, a las 9.10 y a las 11.00- llenos de correligionarios carlistas tanto de Bilbao como de todos los pueblos de la provincia. El espectáculo fue de lo más colorido ya que cada colectividad portaba sus estandartes y banderas.
Sin embargo, a pesar de la expectación y de la enorme alegría que imperaba en todos los que acudieron al acto, hubo algún que otro susto. Precisamente en el tren en el que iban los integrantes de la Juventud Carlista de Bilbao, los señores Bordás y Salaverry y los concejales de la minoría carlista del Ayuntamiento de la villa.
El convoy se detuvo entre Lemona y Amorebieta debido a que alguien realizó disparos de revólver. La inquietud, que se adueñó de todos los viajeros, se transformó en pánico cuando se percataron de que el vagón-salón estaba ardiendo. Por fortuna, el motivo del humo no fue otro que un recalentamiento de los ejes. Una vez recobrada la calma, el tren prosiguió su camino. Al pasar por las distintas estaciones del recorrido se agregaron numerosas comisiones de los pueblos, «en casi todos los cuales fueron saludados los excursionistas por representaciones del partido, se dieron vivas y se dispararon chupinazos».
Si el ambiente festivo había sido predominante durante el viaje, la llegada a Gernika desbordó todas las previsiones. Según los reporteros destacados a la villa foral, a las diez y cuarto de la mañana, el gentío que se había congregado allí era imponente. «Muchos balcones se hallaban engalanados con tapices y colgaduras de los colores nacionales». El primer acto, una misa al aire libre, se celebró en la Plaza de la Unión. A continuación se jugó en el frontón un partido a 20 tantos entre Fernández de Elgoibar y Campitos de Azpeitia. Ganó el primero por una diferencia de seis.
Posteriormente tuvo lugar una curiosa carrera de bicicletas en la carretera de Forua, «que terminó con lucida carrera de cintas, regaladas por distinguidas señoritas bilbaínas y de otras localidades». Tras las pruebas deportivas, los congregados disfrutaron de los conciertos ofrecidos por la banda de música local, la rondalla de la Juventud Carlista de Bilbao y el orfeón de Durango. A la una de la tarde se dieron por concluidos los festejos. Quedaba claro que la intención de los carlistas era la de recordar el solemne acto de 1875 a través de iniciativas populares y de gran atractivo para la gente. No era tan sólo una fiesta de contenido puramente político, aunque sí hubo discursos y proclamaciones de rigor, que tuvieron lugar tras la comida que las autoridades celebraron en el Teatro Circo.
Esteban Bilbao
Durante el acto político de la tarde se pudo comprobar que la idea principal que los oradores lanzaron a la concurrencia fue la de que el carlismo no estaba acabado. Todo lo contrario. A la altura de 1909, y frente a otras opciones políticas como el nacionalismo o el socialismo, los carlistas se sentían, no sólo como una alternativa con grandes posibilidades, sino como un bloque unido sin fisuras de ningún tipo.
En esta línea, el concejal bilbaíno Esteban Bilbao afirmó que «si había sido cadáver el partido carlista, quedaba demostrado que tenía la facultad de resucitar ante el fuego de sus ideales». También el señor Salaverry señaló que frente a la idea de los liberales, que daban al carlismo por muerto, él presentaba el acto que se celebraba allí mismo. Además calificó de «fecha gloriosísima la que se celebraba, pues en ella se demostró que los carlistas ponen á su patria antes que al rey y obligan á éste a jurar ante Dios el respeto a sus instituciones». No faltaron tampoco palabras en contra de los nacionalistas, a los que acusaron de propagar ideas falsas.
La anécdota de la jornada sucedió en pleno discurso de Esteban Bilbao. Justo en el momento en que el orador hizo referencia al «fuego santo de la idea carlista», las campanas de las iglesias tocaron a fuego porque se incendiaba una chimenea. Afortunadamente, la cosa no fue a mayores.
Fuente: El Correo Digital 5/07/2009
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