Editorial: El olivo azul
Páginas: 271
ISBN: 978-84-935900-5-5
P.V.P.: 21,00 €
Al mundo editorial español le salvan las pequeñas editoriales que son capaces de rescatar joyas desconocidas, autores olvidados, o ideas abandonadas por la incuria de los falsamente llamados intelectuales.
El Olivo azul, es una de esas editoriales, y su aportación es la publicación de “El sol de los muertos”, sin duda alguna la mejor obra de Iván Shmeliov.
El argumento de “El sol de los muertos” se puede resumir en cuatro palabras: el martirio de Rusia. Shmeliov, uno de los revolucionarios de los primeros tiempos, no tardó en desengañarse de una revolución bolchevique que no perseguía la libertad del pueblo ruso, sino que enmascaraba las ansias de encadenar al pueblo ruso de por vida.
Ya en las primeras páginas el autor es claro: “Estoy peor que Robinson. El tenía futuro, esperanza”. En una simulada autobiografía, Shmeliov nos va narrando el hundimiento de un pueblo que parece acostumbrado a vivir en la tiranía. La Revolución ha pasado, la ilusión ha muerto, y ahora sólo queda el hambre, la soledad, la muerte y el miedo, sobre todo el miedo.
El intelectual ruso se queja amargamente del abandono de Rusia por parte de las potencias occidentales. La Europa libre que se suponía debería haber salido en defensa del zar y su familia, dejó al inmenso pueblo ruso en manos de hordas salvajes. De igual forma, cientos de rusos cayeron en la misma trampa, y seducidos por una Revolución liberadora, apoyaron la Revolución Bolchevique que les llevaría a la época de las cavernas. “¡ Ay Rusia! Te han seducido, ¿con qué encantamiento?, ¿con qué vino ten han embriagado?.”
Iván Shemeliov, de forma dramática canta a la libertad de un pueblo que por abandonar su tradición se sumió en la oscuridad de los tiempos. Su estilo es conciso, certero, rápido. Shmeliov sabe transmitir, como pocos, esa sensación de agobio, ese aire de muerte, esa luz agonizante en la que los rusos se acostumbraron a vivir tras la Revolución Rusa.
El hambre es una protagonista más, al igual que la libertad perdida, la miseria y la sangre; Shmeliov no duda en afirmar “mires donde mires, no te libras de la sangre” o “los teóricos socialistas no enjugaron ni una lágrima por la humanidad, ¡menuda secta tan sangrienta!”
Estamos ante una magistral obra de denuncia. Se denuncia la masacre comunista, que bajo el pretexto de hacer feliz a la humanidad, empezó por masacrarla. Se denuncia la violaciones sistemáticas a las que los soldados rojos sometían a las jóvenes rusas. Se denuncia la obligada prostitución de las mujeres, que viudas o huérfanas, entregaban sus caricias a cambio de ropas robadas. Se denuncia el hambre y la miseria, que obligaba a robar, a mentir, a delatar y a matar. Se denuncia el control intelectual, que impedía leer, escribir y por supuesto, pensar.
“El sol de los muertos”, que hoy nos presenta en una formidable traducción la editorial el Olivo Azul, es una obra de obligada lectura, pero también es una obra de obligada reflexión. El hombre no puede perder su costumbre de pensar, la sociedad no puede dejar en manos de políticos sin escrúpulos la dilapidación de su tradición. Los pueblos que sigan los pasos de demagogos sin escrúpulos, están condenados al fracaso. La revolución nunca es una alternativa, la tradición renovada es siempre la solución segura.
El autor:
Serguéyevitch Shmeliov nació el 21 de septiembre de 1873 en Moscú en el seno de una próspera y religiosa familia de mercaderes. Estudió leyes en la Universidad de Moscú, y después de realizar el servicio militar en 1898, sirvió como oficial del ejército durante 8 años, experiencia de la que obtendrá muchos de los personajes y tipos de sus libros. De esta época datan sus primeros escritos, impresiones de viajes y relatos que publicaría su mentor literario, Máximo Gorky. Su novela El hombre del restaurante, de 1911, supuso su primer gran éxito de crítica y público.Abrazó con entusiasmo, como tantos intelectuales rusos, la Revolución de 1917, pero la observación de sus terribles efectos y el fusilamiento sin juicio previo de su único hijo, le hicieron desencantarse y le llevaron a exiliarse en París, donde escribiría en 1923 su obra más importante, El sol de los muertos, y donde fallecería en 1950. Thomas Mann lo propuso como candidato al Premio Nóbel en 1931. Sus restos fueron repatriados a Moscú en el año 2000.
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