Edición preparada por: Javier Mª Pérez- Roldán Suanzes y Carlos Mª Pérez- Roldán Suanzes
Editorial: Homo Legens
Páginas: 1900 (Volumen I+ Volumen II)
ISBN: 978-84-936061-1-4
P.V.P.: 29,90 €
Don Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912) sin duda es el mayor polígrafo español. Ya desde joven mostró una capacidad desusada para los estudios. Llegó a ser Catedrático, Académico de Historia, de la Lengua y de San Fernando, Diputado en Cortes, Senador, director de la Biblioteca Nacional y de la Real Academia de Historia.
Su obra es pura pasión y arte, pues a pesar de su erudición siempre primó el sentido artístico sobre el científico. Sin embargo, y en contra de lo que pudiera parecer, sus obras no pueden catalogarse como apologéticas, si bien, desde luego, se adscribió a las tesis providencialistas de la historia. Así, los Heterodoxos es el relato del intento de todas las herejías por arraigarse en España, lo cual les fue imposible porque estábamos llamados a ser «martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma...».
Su estilo era capaz de inflamar el espíritu patriótico del lector hasta el punto de que uno de los alzados el 10 de agosto de 1932, en el episodio conocido como la Sanjurjada, tuvo como última lectura antes de morir el epílogo de la Historia de los heterodoxos.
Hasta ahora nadie ha definido mejor a Menéndez Pelayo que Farinelli, que dijo de él que: «Su voz era la voz de todo un pueblo».
Entre la ingente producción de Menéndez Pelayo, siempre tuvo un lugar destacado su Historia de los heterodoxos españoles, que fue la más popular de sus obras y, a la postre, la mejor defensa de la España católica, quizá sólo igualada por La defensa de la hispanidad, de Maeztu.
La redacción de los Heterodoxos partió de la sugerencia de Gumersindo Laverde Ruiz, el principal impulsor de la historia de la filosofía española, que pretendía que Menéndez Pelayo redactase una serie de biografías de heterodoxos españoles. Sin embargo, don Marcelino excedió con creces este proyecto inicial, realizando una completa historia crítica filosófica.
Lo irónico del asunto fue que Laverde y Menéndez Pelayo se conocieron a raíz de una arbitrariedad de Nicolás Salmerón, que se negó a examinar a don Marcelino, lo que le obligó a matricularse en Valladolid, donde tuvo como maestro a Laverde
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