Cambio de dominio.
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Mi querido Valori:
Acaba de levantarse un monumento a la memoria de Enrique V, y la piedad de los fieles ha ido a colocarlo junto al Campo de los Mártires, en esa Navarrra y en esa Vizcaya francesas, llenas de recuerdo que las tempestades son impotentes para borrar y basta un rayo de sol para que broten de esa tierra gloriosa héroes y portentosos sacrificios.
Desterrado a mi vez, no me es dado más que rendir desde lejos un supremo homenaje a aquel Rey del destierro, con el legitimo orgullo de haber comprendido como él la grandeza y la santidad del Regio depósito qua me ha sido confíado par la historia sálica y diez veces secular de mi raza.
España y Francia extrañarían con razón que no dejase yo oír mi voz en esta solemne circunstancia.
Usted, mi querido Príncipe, la hará llegar a mis amigos de Francia, corazones leales que no han podido mirar como extranjeros a los descendientes del que quiso en el Mediodía borrar los Pirineos para dar unidad a la raza latina y armó en el Norte las fortalezas de Lila y Estrasburgo.
Más respetuoso de los tratados diplomáticos que Europa, que veinte veces los ha violado, pertenezco a España. Pero si no reclamo una doble y legítima corona, no por eso se amengua mi gratitud hacia los que, en su leal y ardiente fidelidad, conservan el culto de mi familia y simbolizan en ella la grandeza de Francia.
Usted, mi querido Valori, será mi intérprete cerca de ellos. Y si delante de la imagen veneranda de Enrique V le preguntan a usted por mi politica, dígales que, como en Francia el Augusto Difunto, soy yo en España el Rey de todas las libertades nacionales, pero que nunca seré el Rey de la Revolución. Dígales que no hay más que dos derechos politicos que pugnan en la historia contemporánea: el derecho tradicional y el derecho popular. Entre esos dos polas gira el mundo politico. Fuere de ellos no hay más que Monarquías que abdican, usurpaciones o dictaduras.
Cierto que Príncipes de mi familia han reconocido la Revolución triunfante, pero día llegara en que ellos mismos o sus descendientes bendecirán mi memoria de haberlos conservado inviolable el derecho de los Borbones, de quien yo soy Jefe, derecho que no se extinguirá más que con el último vástago de la descendencia de Luis XIV.
Animado de estos sentimientos me dirijo a usted para que presente el homenaje de mi piadoso recuerdo a mi Tío amadisimo y transmita mis cariñosos saludos a mis amigos de Francia.
Su afectísimo.—Carlos.
Venecia, 14 de septiembre de 1888.
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Acaba de levantarse un monumento a la memoria de Enrique V, y la piedad de los fieles ha ido a colocarlo junto al Campo de los Mártires, en esa Navarrra y en esa Vizcaya francesas, llenas de recuerdo que las tempestades son impotentes para borrar y basta un rayo de sol para que broten de esa tierra gloriosa héroes y portentosos sacrificios.
Desterrado a mi vez, no me es dado más que rendir desde lejos un supremo homenaje a aquel Rey del destierro, con el legitimo orgullo de haber comprendido como él la grandeza y la santidad del Regio depósito qua me ha sido confíado par la historia sálica y diez veces secular de mi raza.
España y Francia extrañarían con razón que no dejase yo oír mi voz en esta solemne circunstancia.
Usted, mi querido Príncipe, la hará llegar a mis amigos de Francia, corazones leales que no han podido mirar como extranjeros a los descendientes del que quiso en el Mediodía borrar los Pirineos para dar unidad a la raza latina y armó en el Norte las fortalezas de Lila y Estrasburgo.
Más respetuoso de los tratados diplomáticos que Europa, que veinte veces los ha violado, pertenezco a España. Pero si no reclamo una doble y legítima corona, no por eso se amengua mi gratitud hacia los que, en su leal y ardiente fidelidad, conservan el culto de mi familia y simbolizan en ella la grandeza de Francia.
Usted, mi querido Valori, será mi intérprete cerca de ellos. Y si delante de la imagen veneranda de Enrique V le preguntan a usted por mi politica, dígales que, como en Francia el Augusto Difunto, soy yo en España el Rey de todas las libertades nacionales, pero que nunca seré el Rey de la Revolución. Dígales que no hay más que dos derechos politicos que pugnan en la historia contemporánea: el derecho tradicional y el derecho popular. Entre esos dos polas gira el mundo politico. Fuere de ellos no hay más que Monarquías que abdican, usurpaciones o dictaduras.
Cierto que Príncipes de mi familia han reconocido la Revolución triunfante, pero día llegara en que ellos mismos o sus descendientes bendecirán mi memoria de haberlos conservado inviolable el derecho de los Borbones, de quien yo soy Jefe, derecho que no se extinguirá más que con el último vástago de la descendencia de Luis XIV.
Animado de estos sentimientos me dirijo a usted para que presente el homenaje de mi piadoso recuerdo a mi Tío amadisimo y transmita mis cariñosos saludos a mis amigos de Francia.
Su afectísimo.—Carlos.
Venecia, 14 de septiembre de 1888.
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