Cambio de dominio.
Desde el día 01/04/2010 este Blog continuará en la dirección www.circulocarlista.com. Ya estamos trabajando en el traspaso de todos sus contenidos. Desde hoy, la edición digital del Boletín Carlista de Madrid, se encargará de mantener informados a todos los carlistas.
Autor: Antonio Manuel Moral Roncal
Editorial: Biblioteca Nueva, Madrid 2009
Páginas: 263
ISBN: 978-84-9742-905-4
El debate no simplemente sobre la laicidad del estado, sino sobre la laicidad de la sociedad, no es un debate nuevo.
Es más, aunque el progresismo trata de convencernos de lo novedoso de todas sus afirmaciones e invenciones, el debate de la laicidad ya tiene más de dos siglos de existencia; y aunque parezca difícil de creer, es fácil imaginar que será un debate abierto hasta el fin de los tiempos.
Es un debate abierto, pues cuando se pretende legislar en contra de la naturaleza, y de la esencia de la cosas (no sólo de pan vive el hombre), cualquier lucha, aunque tenga triunfo parciales, está condenada al fracaso.
La Revolución Francesa enseño a todos los intelectos dedicados al estudio y la reflexión, que la lucha laicista es una lucha condenada al fracaso. Los revolucionarios destruyeron templos, exterminaron órdenes monásticas, mataron sacerdotes, persiguieron monjas, acabaron con la exteriorización de los símbolos religiosos, pero en época de Napoleón (III) el camino tuvo que ser desandado: la Iglesia y su obra seguían siendo necesaria a la sociedad francesa. De este modo, los inicios del siglo XX en Francia supusieron un recrudecimiento del laicismo belicoso, que se vio frenado por el estallido de la Primera Guerra Mundial.
En España, la historia del movimiento laicista y los numerosos ataques a la Iglesia, han sufrido igual número de avances, e igual número de retrocesos. Sin bien durante la Primera Guerra Carlista, los liberales persiguieron a la Iglesia, ya fuera con la desamortización, ya sea con la quema de templos, ya fuera con la persecución de religiosos, el régimen liberal establecido tras la derrota de los legitimistas tuvo que aprender a respetar los derechos de la Iglesia, que no eran otros que los derechos de los españoles.
En 1868, con el triunfo de la revolución (“La gloriosa” para sus defensores) el laicismo belicosa volvió a cobrar toda su fuerza, aunque inútiles fueron sus esfuerzos, al topar con una sociedad española acostumbrada a vivir en la libertad católica; de este modo, la restauración alfonsina tuvo que volver a pactar con la iglesia, pacto que significó pactar con la inmensa mayoría de pueblo español.
En estas condiciones se encontraba la sociedad española en 1931, momento de advenimiento de la II República. Los principales problemas españoles de la década de los treinta eran similares a los que nos encontramos en la actualidad bajo el gobierno socialista: crisis económica (España, sufre las crisis provocada por el crac de 29), grandes tasas de desempleo (con especial importancia en las grandes ciudades), la persistencia del problema del campo español (grandes latifundios, mal reparto de la tierra y el trabajo, precariedad en el empleo- el único problema que aún persistiendo en la actualidad ha modificado su realidad, pues el actual problema del campo español es su ineficiencia económica, viviendo únicamente por un deficiente sistema de subvenciones), la desconfianza en las instituciones (las elecciones de abril del 31 supusieron una crítica a las instituciones monárquicas, sin que supusieran contrariamente a lo que algunos autores pretenden, un apoyo al nuevo régimen republicano); sin embargo, las prioridades del poder político republicano no eran las mismas que las del pueblo español, empeñando todos sus esfuerzos en llevar a cabo una labor de ingeniería social, tratando de transformar la sociedad española, en vez de ayudarla a salir de su grave crisis social y económica.
En el nuevo régimen republicano, las izquierdas se empeñaron en realizar su propia revolución, prescindiendo del sentir mayoritario del pueblo español. El cambio de la enseña nacional, el cambio sin plebiscito previo de la configuración del Estado (de monarquía a república), y la persecución inmisericorde a la religión mayoritaria, son ejemplos claros de esa revolución elitista.
Frente a las izquierdas furibundas, se alzan unas derechas desunidas, caracterizadas por la divergencia de criterios en multitud de asuntos, siendo quizá el de mayor importancia, la actitud a tomar frente a las instituciones republicanas; es decir, el dilema que se planteaba a la derecha era colaborar con las instituciones republicanas, aun con serias dudas sobre su legalidad, o enfrentarse a las mismas. En este debate abierto, surgen varias posturas defendidas por diferentes grupos políticos y sociales, el posibilismo, el accidentalismo y el integrismo. Este debate, es el que justifica la excelente obra de Moral Roncal, que hoy traemos a nuestras páginas.
Efectivamente, la relación entre las instituciones republicanas y el carlismo, y más exactamente, la diferente forma de afrontar el problema de la cuestión religiosa suscitado por la legislación anticlerical republicana, entre la jerarquía eclesiástica y la Comunión Tradicionalista Carlista, constituye el objeto principal de “la cuestión religiosa en la Segunda República española. Iglesia y carlismo”. Desde luego que la trayectoria investigadora de don Antonio Manuel Moral Roncal le avala para encarar con solvencia intelectual la intrincada relación iglesia- carlismo en la España de los años 30; y desde luego que el tema no es sencillo, por cuanto la postura oficial y pública del carlismo prebélico, no era coincidente con la postura de muchos de sus líderes históricos. Es más, ni siquiera la postura carlista era unívoca entre todos sus líderes.
Nada nuevo descubrimos si decimos que, sin duda, el cardenal Pedro Segura (primado de España), era de los pocos príncipes de la iglesia que se mostró claro partidario del tradicionalismo (salvedad hecha de las pretensiones legitimistas en cuanto a la sucesión a la corona). Nada nuevo descubrimos, si referimos las frías relaciones entre el Vaticano y la Comunión Tradicionalista Carlista. Igualmente, nada nuevo decimos, si manifestamos los fuertes personalismos en algunos de los lideres carlistas (el conde de Rodezno, Fal Conde, Lamamié de Clairac...); pero el libro del Moral Roncal no sólo trata todos estos temas, sino que aborda con profundidad la tensa relación entre el carlismo y la Acción Católica, el confuso juego de intereses entre la CEDA y la Comunión, el duelo de liderazgos entre Fal Conde y Herrera Oria, las calculadas relaciones entre carlistas y Renovación Española y la importancia de la figura de Vidal y Barraquer en la visión del problema español por parte de Vaticano.
A los pocos meses de su publicación, “la cuestión religiosa en la Segunda República española”, se ha convertido en un libro clave para comprender la difícil relación entre el carlismo y la iglesia de los años 30, y para comprender el carácter de cruzada que necesariamente tenía que adoptar la guerra del 36. Moral Roncal nos describe la historia de un carlismo que trato de ser fiel a la fidelidad misma, aún en contra de los numerosos obstáculos que los líderes de la derecha y la jerarquía eclesiástica interpusieron en el camino de un movimiento tradicionalista que en la década de los treinta, con más de 100 años de historia, manifestaba un vigor inusitado considerando las disensiones internas en la que vivía sumido, y considerando el grave problema sucesorio sin resolver (Alfonso Carlos I, moriría en 1936 sin descendencia, y sin haber resuelto de forma clara la cuestión dinástica).
Editorial: Biblioteca Nueva, Madrid 2009
Páginas: 263
ISBN: 978-84-9742-905-4
El debate no simplemente sobre la laicidad del estado, sino sobre la laicidad de la sociedad, no es un debate nuevo.
Es más, aunque el progresismo trata de convencernos de lo novedoso de todas sus afirmaciones e invenciones, el debate de la laicidad ya tiene más de dos siglos de existencia; y aunque parezca difícil de creer, es fácil imaginar que será un debate abierto hasta el fin de los tiempos.
Es un debate abierto, pues cuando se pretende legislar en contra de la naturaleza, y de la esencia de la cosas (no sólo de pan vive el hombre), cualquier lucha, aunque tenga triunfo parciales, está condenada al fracaso.
La Revolución Francesa enseño a todos los intelectos dedicados al estudio y la reflexión, que la lucha laicista es una lucha condenada al fracaso. Los revolucionarios destruyeron templos, exterminaron órdenes monásticas, mataron sacerdotes, persiguieron monjas, acabaron con la exteriorización de los símbolos religiosos, pero en época de Napoleón (III) el camino tuvo que ser desandado: la Iglesia y su obra seguían siendo necesaria a la sociedad francesa. De este modo, los inicios del siglo XX en Francia supusieron un recrudecimiento del laicismo belicoso, que se vio frenado por el estallido de la Primera Guerra Mundial.
En España, la historia del movimiento laicista y los numerosos ataques a la Iglesia, han sufrido igual número de avances, e igual número de retrocesos. Sin bien durante la Primera Guerra Carlista, los liberales persiguieron a la Iglesia, ya fuera con la desamortización, ya sea con la quema de templos, ya fuera con la persecución de religiosos, el régimen liberal establecido tras la derrota de los legitimistas tuvo que aprender a respetar los derechos de la Iglesia, que no eran otros que los derechos de los españoles.
En 1868, con el triunfo de la revolución (“La gloriosa” para sus defensores) el laicismo belicosa volvió a cobrar toda su fuerza, aunque inútiles fueron sus esfuerzos, al topar con una sociedad española acostumbrada a vivir en la libertad católica; de este modo, la restauración alfonsina tuvo que volver a pactar con la iglesia, pacto que significó pactar con la inmensa mayoría de pueblo español.
En estas condiciones se encontraba la sociedad española en 1931, momento de advenimiento de la II República. Los principales problemas españoles de la década de los treinta eran similares a los que nos encontramos en la actualidad bajo el gobierno socialista: crisis económica (España, sufre las crisis provocada por el crac de 29), grandes tasas de desempleo (con especial importancia en las grandes ciudades), la persistencia del problema del campo español (grandes latifundios, mal reparto de la tierra y el trabajo, precariedad en el empleo- el único problema que aún persistiendo en la actualidad ha modificado su realidad, pues el actual problema del campo español es su ineficiencia económica, viviendo únicamente por un deficiente sistema de subvenciones), la desconfianza en las instituciones (las elecciones de abril del 31 supusieron una crítica a las instituciones monárquicas, sin que supusieran contrariamente a lo que algunos autores pretenden, un apoyo al nuevo régimen republicano); sin embargo, las prioridades del poder político republicano no eran las mismas que las del pueblo español, empeñando todos sus esfuerzos en llevar a cabo una labor de ingeniería social, tratando de transformar la sociedad española, en vez de ayudarla a salir de su grave crisis social y económica.
En el nuevo régimen republicano, las izquierdas se empeñaron en realizar su propia revolución, prescindiendo del sentir mayoritario del pueblo español. El cambio de la enseña nacional, el cambio sin plebiscito previo de la configuración del Estado (de monarquía a república), y la persecución inmisericorde a la religión mayoritaria, son ejemplos claros de esa revolución elitista.
Frente a las izquierdas furibundas, se alzan unas derechas desunidas, caracterizadas por la divergencia de criterios en multitud de asuntos, siendo quizá el de mayor importancia, la actitud a tomar frente a las instituciones republicanas; es decir, el dilema que se planteaba a la derecha era colaborar con las instituciones republicanas, aun con serias dudas sobre su legalidad, o enfrentarse a las mismas. En este debate abierto, surgen varias posturas defendidas por diferentes grupos políticos y sociales, el posibilismo, el accidentalismo y el integrismo. Este debate, es el que justifica la excelente obra de Moral Roncal, que hoy traemos a nuestras páginas.
Efectivamente, la relación entre las instituciones republicanas y el carlismo, y más exactamente, la diferente forma de afrontar el problema de la cuestión religiosa suscitado por la legislación anticlerical republicana, entre la jerarquía eclesiástica y la Comunión Tradicionalista Carlista, constituye el objeto principal de “la cuestión religiosa en la Segunda República española. Iglesia y carlismo”. Desde luego que la trayectoria investigadora de don Antonio Manuel Moral Roncal le avala para encarar con solvencia intelectual la intrincada relación iglesia- carlismo en la España de los años 30; y desde luego que el tema no es sencillo, por cuanto la postura oficial y pública del carlismo prebélico, no era coincidente con la postura de muchos de sus líderes históricos. Es más, ni siquiera la postura carlista era unívoca entre todos sus líderes.
Nada nuevo descubrimos si decimos que, sin duda, el cardenal Pedro Segura (primado de España), era de los pocos príncipes de la iglesia que se mostró claro partidario del tradicionalismo (salvedad hecha de las pretensiones legitimistas en cuanto a la sucesión a la corona). Nada nuevo descubrimos, si referimos las frías relaciones entre el Vaticano y la Comunión Tradicionalista Carlista. Igualmente, nada nuevo decimos, si manifestamos los fuertes personalismos en algunos de los lideres carlistas (el conde de Rodezno, Fal Conde, Lamamié de Clairac...); pero el libro del Moral Roncal no sólo trata todos estos temas, sino que aborda con profundidad la tensa relación entre el carlismo y la Acción Católica, el confuso juego de intereses entre la CEDA y la Comunión, el duelo de liderazgos entre Fal Conde y Herrera Oria, las calculadas relaciones entre carlistas y Renovación Española y la importancia de la figura de Vidal y Barraquer en la visión del problema español por parte de Vaticano.
A los pocos meses de su publicación, “la cuestión religiosa en la Segunda República española”, se ha convertido en un libro clave para comprender la difícil relación entre el carlismo y la iglesia de los años 30, y para comprender el carácter de cruzada que necesariamente tenía que adoptar la guerra del 36. Moral Roncal nos describe la historia de un carlismo que trato de ser fiel a la fidelidad misma, aún en contra de los numerosos obstáculos que los líderes de la derecha y la jerarquía eclesiástica interpusieron en el camino de un movimiento tradicionalista que en la década de los treinta, con más de 100 años de historia, manifestaba un vigor inusitado considerando las disensiones internas en la que vivía sumido, y considerando el grave problema sucesorio sin resolver (Alfonso Carlos I, moriría en 1936 sin descendencia, y sin haber resuelto de forma clara la cuestión dinástica).
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